José Raúl Capablanca. Foto: Prensa Latina |
A
pesar de exhibir prácticas poco habituales en los jugadores de su época, el
cubano José
Raúl Capablanca escaló el Olimpo del ajedrez, convirtiéndose en inmortal desde su último suspiro,
un día como hoy de 1942.
“La máquina”, así le
decían por su aura de invencible, pero igual para enaltecer sus maneras
refinadas, esas que quedaron mutiladas a los 54 años, cuando su corazón perdió
potencia y los latidos pararon, como si se tratase de un jaque mate demoledor.
Su vasta cultura también
llamó la atención, de ahí que fuese un show antes, durante y después de rozar los
trebejos (claros u oscuros) en pos de avanzar casillas y eliminar a los
contrarios.
Cuentan,
además, que los grandes exponentes del llamado juego ciencia -en las primeras
décadas del siglo XX- eran introvertidos y desaliñados, mientras el genio de Capablanca siempre vistió elegante y enamoró
con su carisma y oratoria.
Un
hombre que alcanzó la cúspide de lo imaginable luego de destronar al alemán Emmanuel Lasker y mantener el reinado
mundial entre 1921 y 1927, con obras sublimes en el arte del
ajedrez.
Empero,
aquel 8 de marzo aconteció su adiós sin despedida, en el Manhattan Chess Club
de la ciudad de Nueva York, Estados Unidos, cuando dejó de respirar en el
Hospital Mount Sinaí.
El prominente competidor,
nacido en La Habana el 19 de noviembre de 1888, sufrió una
hemorragia cerebral y pasó a otro plano de vida, aunque su grandeza ya estaba
bautizada por los dioses de la disciplina.
Murió el más grande
ajedrecista de todos los tiempos, manifestó el ruso nacionalizado francés
Alexander Alekhine, victimario de Capablanca en el match por la corona
del orbe en 1927.
Las palabras de Alekhine
ilustran la grandeza del caribeño, si bien la revancha entre ellos nunca tuvo
lugar,
pese a las peticiones de los expertos, que anhelaron volver a disfrutar los
cotejos entre el prodigio de cuna nacido en una isla y el estudioso voraz
oriundo de una tierra de múltiples campeones.
Y es que el antillano
aprendió a moverse entre escaques con solo cuatro años; a los 13 alcanzó
notoriedad al dominar el torneo nacional, y llegó invicto a la disputa del
cetro ante el Lasker, quien también tenía –en ese instante- un récord sin
manchas.
En
su honor, Cuba organiza anualmente el Memorial
José Raúl Capablanca para así recordar a una de sus máximas
estrellas deportivas en las primeras décadas del siglo XX, junto
al esgrimista Ramón Fonst, el billarista Alfredo de Oro y el boxeador Eligio
Sardiñas, “Kid Chocolate”.
De
hecho, su figura se honrará este martes
en su territorio natal y en otras latitudes, porque su leyenda
es universal y sus huellas en la tierra trazaron el camino para encontrarle
sentido a la grandeza y encumbrarlo de forma perenne.
Fuente: http://www.cubadebate.cu/