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02 marzo 2022

Un día que cambió el ajedrez… y mucho más

 Kaspárov se convirtió en el campeón del mundo más joven hace 35 años e inició una revolución

Por Leontxo García

Kaspárov y Kárpov, durante la penúltima partida del duelo en el teatro Chaikovski de Moscú, el 9 de noviembre de 1985.Miroslav Zaj (Getty)

El abarrotado teatro Chaikovski de Moscú era el escenario de una sinfonía silenciosa, pero de tensión extrema, que en algunos espectadores se convirtió en histeria. De pronto, Anatoli Kárpov se rindió y estrechó la mano de Gari Kaspárov, quien, a los 22 años, era el campeón del mundo más joven, y con gran significado político. Aquel 9 de noviembre de 1985, que el arriba firmante vivió en primera línea, simbolizó el espíritu renovador (perestroika) del nuevo líder soviético, Mijaíl Gorbachov.

Fue como destapar una botella de gaseosa tras agitarla con fuerza. Los seguidores de Kaspárov, en su gran mayoría morenos (azerbaiyanos, armenios, georgianos…) soltaban su alegría con gritos desmedidos, saltos, aplausos, abrazos y besos (muchos de ellos para la madre de Kaspárov, Clara Shagenovna), mientras los de Kárpov, casi todos rubios, rumiaban su tremendo disgusto. Unos minutos antes, los encargados de la seguridad habían reprimido con gestos muy bruscos a los morenos, incapaces de controlar su ansia al ver que la posición de su ídolo en la última partida del duelo (la 24ª) era ganadora.

En los pasillos, el célebre excosmonauta e ídolo nacional Vitali Sebastiánov, uno de los padrinos políticos de la vieja guardia comunista que protegían a Kárpov, lloraba sin consuelo. Y no es exagerado imaginar que Gorbachov y su número dos, Alexánder Yákovlev, festejaban la noticia en el Kremlin: poco después bautizaron a Kaspárov como “embajador cultura de la perestroika”. Y antes lo habían protegido —al igual que Guéidar Alíyev, el hombre fuerte de Azerbaiyán— de las maniobras presionantes de los padrinos de Kárpov, que incluían al ministro de Deportes, Marat Grámov.

En la sala VIP había otros dos personajes muy importantes, y muy amigos de Kárpov, que debían disimular su tristeza: el filipino Florencio Campomanes, presidente de la Federación Internacional de Ajedrez (FIDE), y su mano derecha y vicepresidente, el español Román Torán. El 15 de febrero de ese año, Campomanes había provocado un tremendo escándalo —mereció un editorial del New York Times— al cancelar sin vencedor el primer duelo por el título entre Kárpov y Kaspárov tras cinco meses de lucha, cuando Kárpov dominaba por 5-3 (se jugaba a seis victorias, las tablas no contaban) pero con claras muestras de agotamiento y después de dos derrotas seguidas.

“El Chino [así llamaba Torán, cariñosamente, a Campomanes] es más listo que el hambre. Gracias a aquella decisión que tomó, los padrinos de Kárpov nos han dado para este segundo duelo las dos mayores suites del mejor hotel de Moscú, y si quiero algo solo tengo que descolgar el teléfono y llamar al viceministro [Viacheslav] Gavrilin, con quien mañana iré a la sauna”, me contaba unas noches antes, tras varios tragos del mejor vodka, el dirigente español mientras abría el minibar de aquella habitación tan lujosa para mostrarme una nutrida colección de latas de caviar.

Kaspárov mantuvo las formas durante las 24 horas siguientes a su triunfo, hasta que Campomanes le impuso la corona de laurel en la ceremonia de clausura. Un día más tarde, cuando por fin le dejaron hablar con los enviados especiales occidentales, el nuevo campeón llamó “dictador” al filipino, desenterrando un hacha de guerra que se tradujo en el cisma —que mucho más tarde reconoció como el “principal error” de toda su carrera— de 1993, con dos campeones del mundo.

Y el idilio con Gorbachov tampoco duró mucho. Kaspárov, nacido en Azerbaiyán de madre armenia y padre judío, le pidió repetidamente que enviase tropas a Bakú, la capital, para controlar la violencia entre azeríes y armenios. El líder soviético no le hizo caso, y el campeón, tras escapar de manera dramática mientras la gente se mataba por las calles, le culpó de la carnicería desatada en enero de 1990. Posteriormente apoyó a Borís Yeltsin contra Gorbachov. Más tarde, retirado de la alta competición en 2005, con Putin en el poder, fue detenido y golpeado varias veces, hasta que decidió exiliarse en Nueva York porque su vida corría peligro en Moscú.

El ajedrez mundial ya había tenido un gran impulso en 1972, cuando el estadounidense Bobby Fischer destronó al soviético Borís Spasski en plena guerra fría entre las dos grandes potencias. Sobre todo, en cuanto a los honorarios de los jugadores de primera fila mundial. Pero Fischer se retiró sin defender su título ante Kárpov, y aquel auge ya empezaba a menguar cuando la rivalidad Kárpov-Kaspárov, la mayor de la historia de todos los deportes individuales lo revitalizó; duró unos diez años más. Cuando terminó, Kaspárov tomó “el estandarte del género humano contra las computadoras”, hasta que fue derrotado por Deep Blue (IBM) en 1997, pero después de lograr que las líneas de internet colapsasen y de ser primera página en todo el mundo.

Ese duelo del teatro Chaikovski, que duró dos meses y medio apasionantes, fue mi primer trabajo para EL PAÍS, y da para varios capítulos de un libro o como inspiración de una novela que quizá escriba algún día. Entre todas las frases con sustancia que allí se pronunciaron, me sigue impresionando mucho la que Rona Petrosián, viuda del campeón del mundo Tigrán Petrosián (armenio) le dijo a Kaspárov, cuando este aún no se había quitado la corona de laurel: “Disfruta mucho de este día, Gari, porque el resto de tu vida será peor”.

Fuente: elpais.com