Si hablamos de ajedrez telemático profesional o de aficionados de alto nivel (por ejemplo,
el Torneo Mundial Escolar Expo Dubái, organizado recientemente por el Pabellón de España con 2.600 adolescentes de 53 países), hay que tomar además otras medidas. Cada jugador está vigilado por dos cámaras: una, trasera, muestra la pantalla donde disputa la partida y sus alrededores, así como sus manos; la otra, frontal, su rostro; además, tiene que compartir su pantalla con el árbitro a través de un programa específico, y las cámaras deben tener activado el audio para constatar que nadie le está soplando jugadas ni dando consejos. Aún con todo eso, hay sanciones por trampas, pero en un número manejable, de momento. Entre otras razones, porque sería absurdo que un jugador de élite se arriesgase a tirar su prestigio a la basura ―y con él, decenas o cientos de miles de euros cada año― por mejorar sus resultados.