Por Dr. Uvencio Blanco Hernández
Aun cuando –en ocasiones- es difícil establecer cómo y cuándo las leyes o demás normativas de un deporte son transgredidas, debemos reconocer que, durante las dos últimas décadas, la Federación Internacional de Ajedrez (FIDE), ha enfatizado su interés en explorar vías orientadas a la preservación e integridad del “espíritu del deporte” a través de propuestas que garanticen la práctica del juego limpio.
Por ejemplo, en 2013 la FIDE, conjuntamente con la Asociación de Ajedrecistas Profesionales (ACP), acordó la fundación del Comité Anti-trampas (ACC). Ambas organizaciones coincidieron en que la imagen y credibilidad del ajedrez podía debilitarse seriamente como consecuencia del repetido tema de las trampas en el ajedrez. Estimaron que esta percepción pública le hace daño al deporte cuando el mismo se muestra vulnerable ante este tipo de acciones.
En esta oportunidad nos estaremos refiriendo al acto o proceso de hacer trampa en el ajedrez, en el marco de actividades deportivas desarrolladas y en el contexto FIDE. En este sentido y dado el fuerte carácter moral de dicha acción, ingresamos en el campo de la ética; en tanto rama de la filosofía y de la educación, en particular de aquellos millones de niños y jóvenes que se están formando en proyectos o programas de ajedrez que están siendo aplicados en sus centros de estudio.
La trampa, entendida como “una contravención disimulada a una ley, convenio o regla, o manera de eludirla, con miras al provecho propio”; también puede ser considerada como una “infracción maliciosa de las reglas de un juego o de una competición”.
En nuestro deporte, el ajedrez, podemos considerar que trampa es una acción mediante la cual y de forma deliberada, es cometida una o varias infracciones contra las Leyes del Ajedrez, con el objeto de obtener ventajas extradeportivas ante otro u otros jugadores.
Adicionalmente, podemos afirmar que trampa o engaño en el ajedrez es el uso de ayudas ilícitas o fraudulentas para obtener ventajas o recompensas personales sobre terceros.
Inclusive, podemos afirmar que alcanzar las referidas ventajas extradeportivas mediante trampas o engaños, se asimila a la noción de dopaje. De hecho, en nuestra actividad, podríamos hablar de “dopaje electrónico” cuando las ventajas extradeportivas provienen del uso de programas informáticos y otros medios de transmisión de datos.
Vale recordar que una de las definiciones de dopaje deportivo está referida al uso de sustancias y métodos prohibidos de la Lista Prohibida de la Agencia Mundial Antidopaje (AMA). Mientras que, en el ajedrez, podríamos hablar del uso de métodos prohibidos en la Leyes y reglamentos de juego de la Federación Internacional de Ajedrez (FIDE). Esta acepción nos lleva a considerar que, más allá de la violación de una norma o regla en el contexto de la práctica ajedrecística organizada, debemos considerar la existencia de un tercer participante; esto es, el o los receptores finales de tal engaño. Quiero decir, a quién la trampa va dirigida: al otro jugador o jugadores, a la organización del evento, etc.
Desde el punto de vista ético, este hecho es cuestionable, habida cuenta de que la acción del engaño genera consecuencias perjudiciales y víctimas, cuando un individuo o equipo aspiran beneficiarse utilizando este mecanismo; sea de carácter tecnológico o no.
Lamentablemente, como consecuencia de la importancia cada vez mayor concedida a la victoria, el deporte de competición ha sufrido en el curso de estos últimos años cambios que han afectado gravemente al fundamento mismo del juego limpio.
Ya hemos afirmado que los tramposos del deporte, parecen cultivar una filosofía hedonista en la cual el logro más elevado sea obtener, a cualquier costo, la mejor figuración, marca o resultado en una competencia deportiva. Como en el deporte cada victoria tiende a elevar el nivel de la competición, al repetirse esta conducta y su respectivo resultado, el final lógico de los ejecutantes de esta filosofía, es el de obtener el poder absoluto en una especialidad determinada.
Es evidente que aquellos individuos, equipos u organizaciones que buscan el poder a través de acciones fraudulentas contra el juego limpio en el deporte, no están dispuestos a aceptar las normas y reglas éticas de cada especialidad. Ellos están propensos a utilizar cualquier medio o criterio que les facilite o ayude a obtener el referido triunfo.
En tal sentido y en el marco del programa de instrucción, formación y entrenamiento de nuestros jóvenes, es vital enseñarles que aquel que propicia o ejecuta una acción de esta naturaleza, muestra un comportamiento no ético debido a que contradice las leyes y reglas del ajedrez, el espíritu deportivo y el juego limpio en pos de alcanzar ventaja sobre otro jugador o equipo. Por lo tanto, se trata de una ventaja injusta e inesperada que debe ser denunciada y sancionada de inmediato en pro de un deporte más transparente y por los mejores fines de la competición.
Es nuestra obligación ilustrarles respecto a que los farsantes pueden intentar convencer a los demás de que son morales en el sentido aceptado del término, para enmascarar sus deseos de conseguir poder, fama y éxito; aunque la recompensa del logro alcanzado por el trabajo y la dedicación constante; la recompensa del crecimiento espiritual; les será esquivo y arremeterá contra ellos más temprano que tarde, y de manera inexorable.
Ante esta realidad, la FIDE, a través de sus comisiones de Ética (ETH) y Anti-trampa (ACC) intenta, día a día: caso a caso, consolidar los valores y principios del ajedrez que contribuyan con la preservación de la integridad del deporte y el juego limpio. En este sentido, la Comisión de Educación y Ajedrez (EDU) y las federaciones nacionales afiliadas, tienen mucho por divulgar.
Por: Dr. Uvencio Blanco Hernández (VEN). Consejero. Comisión EDU FIDE. Editor Página Web Chess In Education FIDE.