Nakamura lucha mejor en el barro
La profundidad de conceptos de Caruana no bastó frente a su compatriota (2-4) en la primera semifinal
Por: Leontxo García
En una situación de exigencia máxima, Hikaru Nakamura ha demostrado por qué es el número uno del mundo en la modalidad relámpago y se ha impuesto a su compatriota Fabiano Caruana en las dos partidas del desempate tras un duelo de gran emoción. El estadounidense se enfrentará el domingo al ganador de la otra semifinal, que disputan este sábado el chino Liren Ding y el triple campeón del mundo, el noruego Magnus Carlsen, para decidir el vencedor del torneo rápido por internet Magnus Carlsen Invitational.
“Cada
vez que juego un torneo de rápidas siento la obligación de ganarlo o al
menos disputar la final con Magnus. Y eso me crea a veces, como hoy,
una presión excesiva”, reconoció después Nakamura a los comentaristas
del club virtual Chess24, organizador de la competición.
Pero, más allá de lo que Nakamura sintiera dentro de sí, lo cierto es
que la enorme presión que sufrió no procedía solo de su papel de
favorito, sino de la fuerza hercúlea de Caruana y la propia evolución de
un duelo que los espectadores internautas no olvidarán fácilmente. Para
quien todavía tuviera dudas, hoy han quedado claras las líneas que
definen a los dos astros estadounidenses: Caruana comprende el ajedrez
de manera más profunda, pero Nakamura se mueve mejor en el barro, cuando
lo que importa es ganar como sea, muy por encima de la calidad del
juego.
Lo cierto es que el inicio del choque no prometía mucho: dos empates
con juego correcto, muy luchados, pero más bien técnicos, poco propicios
para la vibración del aficionado de nivel medio o bajo. Las pulsaciones
del personal empezaron a aumentar en el tercer asalto, cuando, tras 25
movimientos, la posición era de calma tensa. Y entonces se vio por qué
Nakamura es mejor que Caruana en las modalidades rápidas. Carlsen lo
explicó muy bien: “Fabiano no ha captado la importancia del momento, no
ha olido el peligro”. El campeón se refería a que, incluso en posiciones
de relativa tranquilidad, Nakamura esconde siempre un cuchillo afilado
en forma de trampa táctica, mientras Caruana piensa más en
consideraciones posicionales. Y así, una jugada de apariencia normal
rompió la armonía de las piezas blancas, y Nakamura se lanzó para dar la
puñalada mortal con las negras solo cuatro lances más tarde.
Pero Caruana es mucho Caruana, y, obligado a ganar, supo construir en el cuarto asalto el tipo de posición que le convenía: un lío tremendo, con ataques en flancos opuestos, en el que llegó a parecer que los dos estaban perdidos. Fue ahí, pero solo ahí, cuando Nakamura acusó la excesiva presión psicológica que luego explicó, lo que le costó la derrota.
Todo pintaba mal para aquel niño nacido en Japón y trasladado a EEUU a
los dos años. Cinco minutos después de una derrota de las que duelen
como un golpe en los testículos, tenía que salir otra vez a la arena,
frente a otro gladiador de postín y muy crecido en su moral. Pero
Nakamura fue capaz de ponerse así de rápido en modo relámpago para las
dos partidas de desempate (cinco minutos iniciales más tres segundos
tras cada movimiento), reviviendo tal vez mentalmente la época más loca
de su vida, cuando jugó infinitas partidas en la modalidad bala (un
minuto por bando), así como incontables timbas de póquer. Gari Kaspárov
le dijo que con ese tipo de vida jamás sería campeón del mundo de
partidas lentas, pero no cabe duda de que esos años le dieron unos
reflejos mentales supersónicos.
Lo ocurrido en esas dos partidas es sencillo de resumir:
ambos han cometido errores a un ritmo de vorágine, pero Nakamura se las
ha arreglado para que el suyo fuera el penúltimo.