En el Interzonal de 1964 | foto: Harry Pot, Anefo |
Mikhail Nekhemyevich Tal (Riga, 9 de
noviembre de 1936 - Moscú, 28 de junio de 1992) fue un ajedrecista de un estilo
único, revolucionario en su momento, que cambió completamente la visión que
tenemos del juego.
Los campeones del mundo de ajedrez
son personas excepcionales, muy inteligentes, que despiertan admiración por sus
éxitos ante el tablero. Algunos elegidos, además de la admiración, despiertan
una gran simpatía; en este aspecto, Tal es insuperable. Curiosamente, la razón
principal de esta preferencia añadida está dentro del tablero: revolucionó el
ajedrez, aportándole una belleza que podía ser apreciada por casi todos los
aficionados.
No temía al peligro en el ajedrez y
tampoco en la vida. Por la simpatía que despertaba, recibía trato de favor y
afecto inmediato. "Era amado, ¿no es eso lo que constituye la felicidad?
En el tablero Tal era implacable, pero en la vida era una persona inofensiva.
El ajedrez era su pasión; no el ajedrez en general, sino jugar al
ajedrez…", señaló Botvinnik.
El
mismo Tal propició esa simpatía. En su libro The Games and Life of Mikhail
Tal, siempre que comentaba partidas "había un predominio de la
benevolencia, respeto por el oponente e ironía respecto de sí mismo, todo lo
cual se encuentra raramente en nuestros días", señaló Genna Sosonko en New
in Chess. Sosonko deja constancia de que para Tal tanto el poder como los
títulos y el dinero no significaban nada: en muchos lugares dejó olvidado
dinero, pasaportes, etc.
Tenía un brillante y siempre apacible
humor, con una risa contagiosa, una reacción instantánea en las conversaciones
—llenas de ingenio— y una 'marca registrada': solía decir "¡Camarero! ¡Por
favor cámbieme al compañero de mesa!"
El siglo XX trajo una mayor
comprensión de las leyes que rigen el juego y una mejora de la técnica
defensiva en el ajedrez. A fines de los años 50, apareció el "mago de
Riga", quien, contra la 'normalidad' asumida hasta entonces, introdujo una
forma de jugar que parecía vulnerar toda lógica y llevaba a un frecuente triunfo
del espíritu sobre la materia.
Fue campeón del mundo sólo un año y
seis días, pero según Kasparov "su estrella alumbró con tanto brillo como
la que más en toda la historia del ajedrez".
Su salud era mala. Sus visitas al
hospital eran frecuentes antes, después e incluso durante los torneos. Se
sometió a doce intervenciones quirúrgicas, por lo que no extraña que muriese
joven, a los 55 años.
En
su libro Timman's Titans. My World Chess Champions, el holandés
Jan Timman señala que, además del ajedrez, Tal tenía otras tres pasiones: el
alcohol, el tabaco y las mujeres. "Tal tenía una enorme urgencia por vivir
tan libremente como fuera prácticamente posible. Su fascinación por las mujeres
era asombrosa", comentó Timman, a quien un amigo íntimo de Tal le contó
que una vez, tras haber ganado una partida, llamó a tres mujeres distintas, y a
todas les dijo lo mismo: "Al pensar en ti, fui capaz de ganar la
partida". Timman lo vio como una prueba más de que Tal no se tomaba la
vida en serio, y siempre encontraba el aspecto divertido de cada situación.
El propio Tal reconoció sus pasiones
con su característico sentido del humor: "Fumo, bebo, soy jugador, persigo
a las chicas, pero en mi descargo debo decir que el ajedrez postal es un vicio
que no tengo". Tal vivió con intensidad y apresuradamente, pero estaba en
paz consigo mismo; su amigo Sosonko comentó: "Al quemar su vida, sabía que
no había otra, pero no quería y no podía vivir de otra manera".
Su último torneo fue en España, en
abril/mayo de 1992, en Barcelona. Antes había jugado en enero el Abierto de
Sevilla. Jugué aquel torneo y daba tristeza verlo tan desmejorado. Recuerdo que
el organizador había quitado todo el alcohol del minibar de Tal, tratando de
hacerle un bien, pero, claro, eso no impidió que Tal lo comprara en los
supermercados.
Al respecto, Frederic Friedel, en la
web de Chessbase, comentó: "El rato más largo que pasé con Misha Tal
fue en 1988, cuando participó y triunfó en el Campeonato Mundial de Ajedrez
Relámpago en San Juan, Canadá. Ganó aquel torneo, dejando atrás a los mejores
jugadores del mundo... Tuve que ayudarle a acercarse a su mesa de juego, porque
antes se había emborrachado en el bar del hotel. Unos años más tarde le reñí
por haber descuidado tanto de su salud. Yo acababa de dejar de fumar y le
insistí en que debería hacer lo mismo. Me sonrió y dijo: 'Ah, ¿pero piensas que
la vida merece la pena, si tienes que preocuparte por tantas cosas?'".