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09 junio 2016

AJEDREZ/IN MEMORIAM

Korchnói, rebelde con vida de Oscar

Sus tragedias forjaron un luchador salvaje que se mantuvo en la élite con más de 70 años


Viktor Korchnói  en 2009 Chess Base

Víktor Korchnói (1931-2016) atribuía su asombrosa longevidad en el ajedrez de élite al caviar y a los nazis. Su vida -y la de Anatoli Kárpov- inspiraron la película La diagonale du fou, ganadora del Óscar a la mejor extranjera en 1985. Fue el mejor de la historia que no ha logrado el título mundial. Su último gran resultado fue en el torneo de Gibraltar de 2011, a punto de cumplir los 80 años. Murió el lunes en Wholen (Suiza), a los 85.





Cuando cumplió 70 y aún estaba entre los 50 mejores (el declive en ajedrez suele empezar hacia los 40), EL PAÍS le preguntó de dónde sacaba tanta fuerza, y él señaló dos fuentes: “Por un lado, desayuno un poco de caviar todas las mañanas; es muy energético”. De ese suministro se encargaba su segunda esposa, Petra Leeuwerik, superviviente de un campo de concentración en Siberia.


¿Y la otra fuente? “Lo mucho que sufrí durante el sitio de Leningrado (1941-1944) por los nazis, que querían matarnos de hambre, cuando yo era un adolescente. Robaba cartillas de racionamiento de los cadáveres para poder comer, en invierno bebía hielo derretido, y arrastraba el cuerpo de mis familiares muertos hasta el cementerio con una carretilla, porque no funcionaban los medios de transporte. Yo mismo acabé hospitalizado por desnutrición. Tras aguantar todo aquello, las desgracias que me ocurrieron después no fueron tan duras”.

Sin embargo, ese sufrimiento posterior bastaría para hundir a cualquier ser humano convencional. Cuando, en 1972, Borís Spasski perdió el título mundial ante Bobby Fischer en plena guerra fría entre la URSS y EEUU, en el Kremlin necesitaban recuperar el honor nacional porque el ajedrez era el escaparate que, según Moscú, demostraba “la superioridad intelectual del comunismo sobre el capitalismo”. Tenían dos candidatos para esa misión patriótica, y eligieron a Kárpov, 20 años más joven que Korchnói, a quien además intentaron perjudicar todo lo posible para que no hiciera sombra a la nueva estrella.

Korchnói decidió escapar de su país, en 1976, dejando allá a su esposa e hijo. Seguidamente ganó el Torneo de Candidatos y se convirtió en el aspirante al título que Kárpov había ganado en 1975 por la retirada de Fischer. El duelo de Baguio (Filipinas) de 1978 entre el superhéroe Kárpov y el traidor Korchnói (a quien la prensa soviética ni siquiera mencionaba por su nombre) duró tres meses y fue el más escandaloso de la historia; 18 agentes del KGB fueron adscritos a fastidiar a Korchnói cuanto fuera menester. Leeuwerik contraatacó protestando porque los yogures que servían a Kárpov durante las partidas, podían contener instrucciones técnicas en clave según el tamaño del envase, su color, el sabor o el camarero que lo sirviese. El árbitro determinó que Kárpov podía comer yogures, pero sólo si eran siempre iguales.

Entablé una relación cordial con Korchnói a mediados de los ochenta, en los torneos de Linares (Jaén) donde una vez se encontró en el vestíbulo del hotel con el árbitro y excoronel del KGB Víktor Baturinski, de quien Korchnói había dicho años atrás que “debería ser ejecutado, descuartizado y arrastrado por las calles de Moscú por su destacado papel en las purgas de Stalin”. Entonces me pareció que sufría un complejo de persecución por el KGB, pero años después, cuando se desvelaron sus archivos secretos, se comprobó que había existido un plan para matarlo.

Hace 15 meses, en Zúrich, Arturo Pérez-Reverte quedó muy impresionado por la pasión que desprendía el viejo luchador, en silla de ruedas y con la salud muy deteriorada, durante un duelo amistoso con el alemán Wolfgang Uhlmann: “Su estado es casi vegetal, pero lo último que se apagará en su cerebro será el ajedrez”, dijo el novelista.

Cuatro años antes debí ocuparme de llevarlo a Urgencias cuando sus coronarias le dieron el primer mazazo, durante el torneo de San Sebastián. Y allí, protestando porque no le daban el alta, me dio el epitafio perfecto cuando le recordé nuestra conversación sobre el caviar y los nazis: “Confío en que mis mejores partidas sean caviar para los aficionados durante siglos. Y el ajedrez es una de las vacunas para evitar horrores como el de los nazis”.

Fuente: www.elpais.com