Ajedrez y responsabilidad
Si alguien nos preguntara en qué consiste nuestra vida, una de las respuestas más acertadas que podríamos darle sería: mi vida es la serie de decisiones que voy tomando. De manera análoga, si miramos de cerca este fabuloso juego que llamamos ajedrez, lo que nos encontramos detrás no es más que una interminable concatenación de decisiones.
Ajedrez social y terapéutico
El ajedrez es, con toda probabilidad, el entrenamiento más intenso y
reconcentrado que existe en cuanto a la toma de decisiones; y si la vida
es en su esencia libertad, tenemos algo así como que el ajedrez es la
vida en miniatura. Dando sólo un pasito más, tendríamos la excesiva
frase del siempre excesivo Fischer: "El ajedrez no es como la vida, es
la vida misma".
El genio de Brooklyn no mentía cuando decía esa frase, pero el resto
de nosotros entendemos que la vida tiene una riqueza y complejidad que
sobrepasa y engloba los 64 escaques del tablero de ajedrez. No obstante,
es cierto que el ajedrez presenta algunas similitudes innegables
respecto de la vida. La más importante, a mi juicio, es la experiencia
de la libertad que se tiene jugando al ajedrez. Sentados ante el
tablero, experimentamos algo muy similar a esa necesidad de elegir - y
elegir bien - que tenemos en nuestra vida cotidiana. ¿Enroco corto o
largo? ¿Desayuno cereales o huevos con beicon? ¿Cambio damas o las
mantengo en juego? ¿Voy al cine o salgo de fiesta? La comparativa entre
vida y ajedrez cobra aún más fuerza en los momentos decisivos: decidir
sacrificar pieza por un ataque incierto, ¡puede llegar a ser más
complicado y angustioso que decidir entre casarse o no!
Siempre se destaca del ajedrez su capacidad para desarrollar la
concentración, la memoria, la lógica. Motivos muy justos y ciertos, que
nunca deberíamos olvidar. Sin embargo, creo que el mayor filón para la
apología del ajedrez, especialmente dentro del ámbito educativo, se
encuentra en esta idea del ajedrez como laboratorio de pruebas para la
vida. En el ajedrez ensayamos - sin miedo a que nos explote en la cara,
pues lo peor que podría pasarnos es perder una partida - los distintos
modos de actuar y reglas para nuestra acción. Más pronto que tarde
comprendemos cosas como que actuar irreflexivamente no es bueno, que
confiar en la estupidez del otro no es buena estrategia, o que conseguir
nuestros objetivos requiere un esfuerzo constante y continuado.
Más allá de las aptitudes y capacidades desarrolladas por el ajedrez,
su verdadero mérito y valor es el de constituir una experiencia
privilegiada de la libertad y de la responsabilidad. Con el ajedrez se
entiende, de manera inmejorable, cuál es la sustancia íntima de eso que
llamamos nuestra vida. A cada segundo tenemos que elegir lo que hacemos,
pero tenemos que elegir bien, pues las decisiones que tomamos nos
acaban decidiendo a nosotros mismos; lo mismo que en la partida de
ajedrez. Ser libre, en un sentido pleno y verdadero, significa ser
responsable. Ser libre no es poder hacer lo que uno quiera, sino más
bien todo lo contrario: ser libre es reconocer que entre todas las
opciones que podemos elegir - entre todas las jugadas que podemos hacer -
hay una que es la mejor y que es la que tenemos que esforzarnos en
encontrar, pues a fin de cuentas lo que está en juego somos nosotros
mismos.
¿Hay, acaso, alguna lección más importante en la vida? Llegar a ser
auténticamente responsable, llegar a ser verdaderamente dueño de uno
mismo, es una de las mayores aspiraciones que podemos tener. Si el fin
último de la educación es crear ciudadanos responsables, ¿qué mejor
materia podrían tener los niños en el colegio que el ajedrez? El
conocimiento de todos los ríos y lagos del mundo, por poner un ejemplo,
parece poca cosa frente a lo que ofrece el ajedrez. En términos
pedagógicos, una actividad que muestra y enseña a ser responsable de una
manera tan clara y potente como lo hace el ajedrez, tiene un valor
incalculable; y esto es algo que los ajedrecistas y profesores de
ajedrez deberíamos tener siempre muy presente.
La responsabilidad, por otra parte, ha llegado a ser uno de los temas
de nuestro tiempo. Estamos acostumbrados a oír por todas partes la
famosa palabra: desde la repetida necesidad de un consumo responsable,
hasta la responsabilidad política como probado oxímoron. La
responsabilidad es un valor muy demandado hoy, y en todas las escuelas y
ámbitos de enseñanza se defiende la educación en la responsabilidad
como algo comúnmente aceptado. ¿Por qué no presentar el ajedrez como el
juego de la responsabilidad que es? En el ajedrez el resultado de la
partida depende por completo de cada jugador. No hay árbitro al que
culpar, ni mala suerte en la que escudarse. El ajedrez obliga al jugador
a asumir sin medias tintas la responsabilidad ante sus actos. El
ajedrez, no obstante, nos permite analizar fácilmente lo sucedido,
aprendiendo de nuestros errores y desarrollando una importantísima
actitud crítica.
El ajedrez, en este sentido, llega a presentarnos una responsabilidad
más dura e implacable que la propia vida. Es justo, junto a la defensa
de nuestro noble juego, advertir también contra este peligro latente. La
responsabilidad que nos enseña el ajedrez tiene que ser rebajada a la
hora de afrontar nuestra vida diaria, pues en ésta no todo depende de
nosotros y creerlo así puede transformar la buena y necesaria
responsabilidad en una lastrante y negativa culpabilidad. Como docentes y
promotores del ajedrez en general, debemos intentar siempre remarcar la
responsabilidad antecedente (responsabilizarnos, antes de actuar, de
aquello que vamos a hacer) frente a la responsabilidad consecuente
(atormentarnos y martirizarnos por lo ya hecho).
Una vez entendido este importante punto, el ajedrez se nos presenta
como una magnífica herramienta en la educación en responsabilidad. Y
esto por una última razón, fundamental hoy en día. Al ajedrez nunca se
juega sólo, jugar al ajedrez siempre implica al otro (aunque sea a sí
mismo como a otro). E implica al otro en grado máximo, no sólo como
rival y obstáculo. En el ajedrez estamos obligados a ponernos
virtualmente en el lugar del otro, a trasladarnos imaginariamente a su
perspectiva. El ajedrez nos obliga a tomar al otro como alguien
semejante a uno mismo, alguien que piensa, decide, es libre y es
responsable de sus actos. Lo cual nos permite entrar en una dimensión
intersubjetiva y social de la responsabilidad; no sólo yo soy
responsable, sino que el otro también lo es. Podemos responsabilizar al
otro de sus actos; si bien, en dirección opuesta, los otros también
pueden responsabilizarme de mis actos. La responsabilidad se expande,
pues, para alcanzar su verdadero significado social y erigirse como
principio de convivencia.
La edición de diciembre de la revista "Ajedrez social y terapéutico" (en formato PDF)
Fuente: www.chessbase.com